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jeudi 14 avril 2011

El periplo de José Martí en haiti

Durante cuatro años y en sus continuos viajes por el Caribe, desde 1892 a 1895, Haití fue para José Martí un tránsito obligado, mejor dicho, una extensión de aquella otra isla amada a la que pretendía volver, para sumarse a los guerreros en los montes hasta alcanzar su independencia.

Hace 110 años llegó, por primera vez, en medio del otoño y se hospedó el Apóstol en el Hotel de Francia, luego de arribar a Puerto Príncipe con el atardecer.

Allí se encuentra con los cubanos emigrados, con patriotas como Juan Massó Parra quien lo presenta a los directivos de los clubes que llevan nombres de caciques aborígenes: Guarionex y Hatuey, y recibe la bienvenida que le tributa el presidente de este último, el también cubano Rosendo Rivera.

Porque Haití, luego de la Guerra Grande, la de los Diez Años, como también Jamaica y la República Dominicana, brindaría hogar a muchas familias cubanas que, infatigablemente, continuarían luchando, con sus modestos recursos, a favor de la independencia de su patria.

Haití sería su entrada a Quisqueya y sobre su cabalgadura se desplazaría de un extremo a otro de la Isla, por las dos naciones, con el amoroso afán no sólo de sumar las voluntades de sus compatriotas a favor de la guerra que preparaba, sino también de superar diferencias entre haitianos y dominicanos, armado de la fe y de la necesidad de la unidad de los pueblos de nuestra América y, muy especialmente, de las islas caribeñas.

La historia de las rebeliones de esclavos, la leyenda del reino de Henry Crhistophe, la presencia de Dessalines, de Louverture y, sobre todo, la de Alejandro Petión y su solidaria voluntad de liberar a Cuba están en el corazón de Martí, como sustancia de enlace, amistad y hermandad entre ambas naciones, culturas y pueblos.

"A caballo y en la mar" su ruta haitiana lo conduce siempre hacia el Generalísimo Máximo Gómez, para articular los planes insurreccionales, vencer discordias bizantinas, superar el pasado, y preparar la expedición que llevará, en 1895, a ambos junto a otros cuatro compañeros, a Cuba.

En Ouanaminthe, "animado pueblo fronterizo" conoce de la alegría popular, de las hermosas y cadenciosas mujeres, mientras goza, desde entonces, de esta expedita entrada a Quisqueya y siente la melodía del créole en sus oídos.

Hay vida generosa ante los ojos del cubano en cada caserío haitiano, saluda al cónsul dominicano en Fort Liberté, establece amistad, supera el lodo del camino, descubre la bondad de los hombres humildes que lo auxilian en sus viajes.

El potro se le espanta en los montes, sólo la luna es clara. Encuentra abrigo en la casa de su amigo Nephtalí, almuerza y lee, toma nota también de las desigualdades sociales.

Cuida de su cuerpo, atribulado por el cansancio y muchas veces vencido por la fatiga cae, y siempre encuentra una mano extendida en los haitianos, se pela, y toma una lancha para seguir hacia la República Dominicana, proa a Montecristi donde se reunirá con Gómez.

Fracasa entonces el primer intento, por la deslealtad del capitán Bastián y deben los expedicionarios retornar, y recalan en playas haitianas. Un carguero alemán los conduce hasta el Cabo.

Es Semana Santa, y él lee. Toma nota en su diario: es Domingo de Ramos. Cuatro días después llegará a Cuba. Pero ahora, sonríe a las bondades de Elise Etienne, lee poemas y escribe. "Y el librero, el caballero negro de Haití, me manda los libros,-- y los dos pesos." Es un obsequio, una gentileza. Finalmente, parten, los seis con el ánimo presto, de Cabo Haitiano y unas horas más tarde se topan con Inagua para después rozar Maisí, y caer sobre la playa, rodeada por farallones, y avanzar entre piedras y espinas, en pos de Cuba libre.

Haití quedará entonces a sus espaldas, pero todavía la luz del este le indica el camino y sigue, con la sonrisa de su amigo Mercier, de Agripino Lambert, y la complicidad silenciosa de cuantos le ayudaron a cumplir sus sueños, a realizar su utopía

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